El señor gerente examinó el trabajo y dijo: -“Está muy bien. Con lo que no estoy conforme es con el precio”.
El ebanista palideció. Pero antes de que dijera nada, el gerente habló de nuevo.
- “Creo que está demasiado barato. Su trabajo vale más...” Y, accionando el intercomunicador, ordenó a su contable hacerle un cheque al ebanista por mucho más de lo que él esperaba.
Este otro caso estaba presente, pero me lo contó alguien que si lo hizo. E.S.C., conocido abogado, estaba dejando asombrado a todos los amigos que venían a visitarlo.
Durante toda su vida, había tenido fama de ser un gran literato, un intelectual... y un gran anticlerical.
En ocasiones había dicho que lo mejor que podía hacerse con los “curas” era colgarlos a todos.
Sin embargo, en su lecho de muerte, había recibido la visita de un humilde sacerdote, con quien habló durante un rato.
Desde entonces el autosuficiente intelectual amargado se convirtió en un hombre humilde y alegre, que dejaba asombrados a todos sus amigos cuando les decía: -“No me hablen de ciencia, ni de política, ni de nada de eso.
Sólo me interesa hablar acerca de Dios. ¡Cuánto lamento no haber descubierto esto antes! Hablemos del amor de Dios...” ¿Qué relación tienen estos dos casos entre sí? ¿Qué conexión tienen con el evangelio de este domingo? Si usted lee el evangelio de hoy con atención, descubrirá la conexión en seguida.
Hay allí dos grandes mensajes de esperanza. El primero es este: A la hora de pagar, Dios es arbitrariamente generoso.
Usted y yo nos vamos a sorprender al comprobar un día que Dios había estado tan pendiente de la más mínima cosa que hiciéramos por cualquier persona, para retribuírnoslo con asombrosa generosidad.
Y el segundo: Para Dios nunca es tarde. No importa su edad ni su pasado, Dios está interesado en usted por que Dios lo ama a usted más de lo que usted se ama a sí mismo.
El amor de Dios es algo tan profundo y gratuito, que no cabe en nuestro limitado cerebro.
¿Podremos experimentarlo usted y yo? Quien lo hace, consigue una paz y una alegría interior que nada ni nadie puede quitarle.
Quizás... Si pudiéramos hacer un poco de silencio...
La pregunta de hoy
¿Cómo puede Dios amarme tanto si yo no me lo merezco y ni siquiera lo conozco? Si usted tiene o ha tenido hijos, sabrá que un niño de dos o tres años no necesita ganarse el amor de sus padres. Lo aman porque es su hijo, y punto.
Con usted y conmigo pasa lo mismo Dios: lo ama por que usted es su hijo. Y estas palabras son tanto para mí como para usted: “Con lealtad eterna te quiero...” (Isaías 54,8) “Si alguien te ataca no es de parte mía.” (Isaías54,15) “No temas, porque yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, tú eres mío.” (Isaías 43,1) “El cristiano está llamado a descubrir la mirada alegre de Dios, y a sentirse protegido”.
Juan Pablo II
No hay comentarios:
Publicar un comentario